lunes, 2 de abril de 2007

El ascenso al Mallo...

Jorge arribó al a planta y ya estábamos listos!!! ¡De no creer!
Unas palabras introductorias que plantearon el ascenso como un desafío a la perseverancia. Se pondrían en juego muchos de los valores trabajados en la escuela, el tezón, el esfuerzo, la paciencia. Una experiencia de vida.
Y comenzamos a caminar formando una fila india perfecta, uno tras otro, en un grupo compacto y contínuo.
Un caminito serpenteantese insinuaba abrazando al cerro.
Un tupido bosque de raulí, robre pellin, y cohiue como especies arbóreas destacadas, las infaltables cañas y las rosas mosquetas.
En nuestros pies tierra, raíces y subidas y bajadas.
El sol no llegaba a nosotros. Todos con campera y mochilas en nuestras espaldas. Perdón, todos menos yo, que a falta de mochila, escalaba con un bonito bolso con manija larga, que a los pocos metros de ascenso me daban ganas de revolearla.
El ritmo de marcha nos dio calor, nos desabrigamos. El descanso nos enfrió, nos abrigamos. Acciones que se repetían en cada alto en el camino.
Cantábamos, silbábamos, hacíamos chistes, pensábamos.
Mi cabeza iba a mil, necesitaba mi cuaderno y mi birome para contar lo que sentía. Mejor un grabador, pero si hablaba no podía subir, ya que la agitación en las subidas era brava.
La solución hubiera sido una grabadora de ideas, que succionara y plasmara en un papel todos mis pensamientos para poder reproducirlos después en la calma.
Y así fluían ideas, imágenes, metáforas. La montaña y la vida… ahí estaba, desafiante, desde afuera una ladera escarpada, recta, imposible de vencer. Rigurosa…y comenzamos a vivirla, a transitarla, paso a paso y en cada curva, un nuevo camino, una nueva posibilidad.
Y el camino subía, nos demandaba esfuerzo, un esfuerzo que implicaba hasta el último aliento, un esfuerzo que parecía no acabar, y de repente el camino se volvía llano, tranquilo, apacible…y lo disfrutábamos y lo transitábamos casi sin darnos cuenta… y después la pendiente que nos invitaba a correr, y nos acelerábamos, era fácil, nos llevaba solos, algunos se lanzaban, otros reservaban energías porque después volveríamos a subir… con más cansancio, con menos ganas, con más dolor…
No me digan que la montaña silenciosa no nos mostraba la vida…sólo había que escucharla, que entenderla, que leer entrelíneas…
Quizás estoy medio loca, quizás estoy vieja, pero créanme, para mí fue fuerte. Física y espiritualmente.
Pero arremetí, trepé, salté árboles caídos, lo intenté, y llegué hasta donde mi cabeza, más que mi físico soportó. Creo que en estos desafíos la fuerza de cabeza es la que define, más allá que lo físico, ya que más rápido o más lento se puede seguir.
Y fui parte del pelotón de los “LOOSERS pero ALIVE”.
Vuelvo a la realidad y sigo con el ascenso.
En la montaña, 2 Km. con pendiente, representan una hora de andar aproximadamente.
A la horita, sufrimos las primeras bajas. Dani, cansada y no sintiéndose bien, plantó bandera. Regresaba con Luis, el médico. “¿Quién más quiere bajar?” y se sumaron Flor C. y Juli. El resto decidía seguir.. aún teníamos fuerzas.
Bastantito más arriba, comenzó a dolerle la rodilla a Manolo, pero no podía regresar, ya que no era como dar una corridita al super y volver. El caminito serpenteante ,ostraba un lindo precipicio a nuestra derecha.
Arribamos a un buen atajo. Quedó el grupo LOOSERS 2, con Manolo, Nico D., Fran S., y Leandro P. Abrigo, provisiones y la orden de no moverse del sitio.
Y seguimos subiendo. Cerca de los 1500/1600 metros el tercer grupo de LOOSERS con Paula, Alfon y la que suscribe, decidió “hasta acá llegamos”. Nos faltaba un trechito para llegar al arroyito. Pero NO!. No sé cómo explicarlo, pero la cabeza dice NO y el cuerpo no responde al esfuerzo. Perdí el objetivo, ya no tenía sentido seguir. Desistí.
Una mezcla de sensaciones se me daba. Lástima por no llegar, preocupación de cómo poder desandar lo caminado.
Nos sentamos en la base de un gran cohiue y almorzamos, sándwich de jamón y queso, huevo duro, agua y un trozo de torta aplastado de ricota.
El bosque se ofrecía como el mejor baño.
El resto del grupo siguió subiendo, almorzó en el arroyo, y siguió, y siguió…
El arroyo marcaba una inflexión en el paisaje. Hasta allí árboles, que ya por acción del frío insinuaban en sus hojas los colores ocres y rojos del otoño, y arbustos. Más allá la roca desnuda, sin vegetación y el viento que tomaba protagonismo.
A la hora de nuestro abandono, apareció desde lo alto el grupo LOOSERS 4, que con Adrián a la cabeza comenzaba el descenso, escoltado por Geri y Lisandro.
Así juntando LOOSERS por la montaña, fue el descenso. Prácticamente sin escalas.
Pendientes pronunciadas que nos obligaban a frenar. Dedos de los pies que empujaban para salir por la punta de las zapatillas, y una clase de anatomía aplicada, en la que se mencionaban todos los músculos en juego.
Algunos tropezones, chistes malos, canciones y alegría.
Alegría cuando vimos el polvo del camino que nos recibía despejado y soleado en la base. El río Nonthue, de nuevo el bosque y por fin el campamento.
El pelotón LOOSERS arribaba a la base después de seis horas de aventura, sanos y a salvo, aunque cansaditos.
A descansar, a juntar leña para la caldera y el fogón, a bañarse y a preparar los bolsos.
Así pasaron las horas hasta que llegó el grupo de los WINNERS, con la felicidad de haber llegado a la cima.
Según narraron, el último tramo fue durísimo. Pendientes casi verticales, trepando agarrados de las piedras.
El grupo sufrió una división antes de la cima. HALF-WINNERS, lo integraron Jordán, Guido, Ana L., Naty y Matías O.
Llegaron a la cima, acompañados por Jorge veintitrés, cinco mujeres y dieciocho varones.
Intento recordarlos para plasmar sus nombres en el bronce: María Laura, Débora, Betsabé, Florentina y Sarita. Entre ellos, Luis, que volvió a subir, Agustín B., Frankito, Octavio, Juan Cruz, Matías G., Erre, Joaco, Chucky, Juani, Juan Blas, Juan Esteban, Juan Ignacio, Valentín, Gustavo, Luciano, Nico C. y Erick.
Myrta

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